Es durante el capítulo X cuando don Quijote le confiesa a Sancho que conoce la fórmula secreta del bálsamo de Fierabrás y cuyos ingredientes principales son aceite, el vino, la sal y el romero, todo ello hervido en un ritual en el que hay que rezar ochenta padrenuestros y otros tantos avemarías, salves y credos. En nuestros días, la mágica poción sanadora ha quedado reducida a un solo componente: el fútbol. Y bienvenido sea el deporte rey —sobre todo para algunos— porque, aunque carezca de poder curativo, de alguna forma hace que los problemas, los de verdad, disminuyan de tamaño hasta casi desaparecer. Casi. Porque ahí siguen, por supuesto, pero los gigantes se convierten en simples molinos cuando empieza a rodar el balón.
Uno a cero.
Así, la quijotesca situación política del país, la incertidumbre en torno a una nueva recesión económica, el Brexit, el drama del Open Arms, el incendio que consume Gran Canaria, o la repugnante proliferación de manadas, por citar algunos, duelen menos a la opinión pública. Por lo tanto, esta semana nos vamos a dejar llevar por los vientos cervantinos para hablar de fútbol, cosa que a este cantinero le apetece bastante después de varias semanas escarbando en otros asuntos más escabrosos y mucho menos agradecidos —sobre todo tras el excelente resultado obtenido por el Real Valladolid en el Benito Villamarín—. Muy engañoso, por cierto, dado que todo parecía indicar que la pronta expulsión del guardameta local iba a condicionar el partido a favor de los blanquivioletas, percepción que se fue diluyendo con el paso de los minutos sin que el Pucela fuera capaz de dominar a los béticos. Terminaba la primera parte con el marcador a estrenar y la pegajosa sensación de que iba a tocar sufrir para traer algún punto de Sevilla. Sin embargo, una jugada inventada por Sergi Guardiola terminaba con el cuero en la red inaugurando el casillero de los visitantes. Solo cinco minutos después el equipo local empataba aprovechado un despiste defensivo de los centrales pucelanos, y, con todavía veinte minutos por delante, no creo que yo fuera el único parroquiano que se conformara con el empate. A punto de concluir el choque, Óscar Plano, que hasta el momento había participado menos de lo que se espera de un jugador como él, nos regaló los tres puntos que hoy nos colocan en puestos de Champions. Ver para creer. No seré yo quien haga una lectura más profunda del partido, pero no hace falta ser ningún experto para saber que este año vamos a sudar tinta china de nuevo, confiando, eso sí, que sea menos que la pasada temporada. El resto de la jornada nos dejó cosas interesantes. La sorpresiva por contundente victoria del Madrid, la no menos inesperada derrota del Barcelona por inusual, la sensación de que los colchoneros van a dar mucha guerra con Joao Félix liderando el nuevo proyecto de Simeone, y los buenos resultados cosechados por los recién ascendidos que invitan a pensar en una liga entretenida por arriba y por abajo. Todo ello bajo la ya imparable intervención del VAR que, para bien o para mal —depende de lo que toque— ha llegado para quedarse como ese impertinente personaje que nadie recuerda haber invitado a la fiesta y con el que no no conviene intimar pero, mucho menos, cabrear.
Pues eso, que dentro de unos días nos reparten más de ese ungüento milagroso que nada cura pero que tanto nos gusta. Sobre todo si gana el Pucela en el Bernabéu.
¿Y por qué no? ¿No venció don Quijote de la Mancha al ilustre Caballero de los Espejos?
Artículo publicado en El Norte de Castilla el 21 de agosto de 2019