No es la primera vez que escribo sobre él y su obra, ni, me temo, será la última. Todo lo que lleve la impronta de Jon Sistiaga merece la máxima difusión.
La nueva flota audiovisual que capitanea este donostiarra navega por las turbulentas aguas de nuestra memoria histórica. Esas que tanto nos cuesta surcar, aguas agitadas por corrientes que nos abochornan y por olas que preferimos eludir en vez de afrontar. Más aún si, como es el caso, se han tragado tantas vidas como lo hizo el conflicto vasco. Bajo el título: ETA, el final del silencio, recoge, en seis píldoras de magnífica factura, el antídoto para tratar de erradicar esa enfermedad invisible y mortífera que es el olvido. En nuestro país es ya endémica. Nos hemos acostumbrado a refugiarnos en el silencio para evitar abrir heridas a pesar de ser muy conscientes de que aún no están del todo cicatrizadas. Y no lo están precisamente por eso, porque los conflictos como este no solo dejan víctimas mortales, dejan incontables muertos vivientes: miles de familiares y amigos que nunca recuperaron sus vidas, decenas de miles que sufrieron indirectamente, y los millones que seguimos sin comprender ni asimilar por qué los herederos de la causa abertzale aún no han condenado públicamente la barbarie ni han pedido perdón.
La serie documental —dirigido por Sistiaga y realizado por Alfonso Cortés-Cavanillas— consta de seis capítulos de los cuales están disponibles solo tres hasta la fecha en Movistar+. El primero, Zubiak (Puentes), nos acerca a la realidad de los presos de ETA, en concreto a la del arrepentido, Ibon Etxezarreta, en su difícil cotidianidad frente a la no menos complicada de Meixabel Lasa, viuda de Juan Mari Jauregui, una de sus víctimas. Durante los noventa y seis minutos de metraje, asistimos a un acercamiento que culmina en una larga charla en la que se nos va estrujando el alma hasta hacerla un gurruño. Pensar en los dramas emocionales que todavía siguen latiendo en Euskadi dotan a esos planos de mucho valor. El valor que tiene el diálogo, el valor de enfrentarse a los recuerdos que tanto duelen, el valor de mirar a la cara a quien tanto se ha odiado. El siguiente, Extorsionados, trata en profundidad la práctica de financiación de la banda terrorista: el impuesto revolucionario a través del cual llevaban sus arcas para sufragar los gastos que conllevaba su sangrienta actividad. Esa mafiosa maquinaria, bien engrasada durante décadas, formó parte del día a día de muchos empresarios y realmente estremece escuchar los relatos de quienes lo sufrieron y no pagaron, los que sí, y los que lo pagaron con sus vidas o fueron privados de su libertad. El tercero, Miguel Ángel, narra de forma cronológica el acontecimiento que sacudió con más violencia los cimientos de la sociedad vasca y que provocó que se resquebrajara el edificio del miedo en el que se refugiaban. Aquellas cuarenta y ocho horas agónicas marcaron un antes y un después en el devenir de la lucha antiterrorista, dos días en los que España contuvo el aliento confiando en que ETA no cumpliera su promesa de asesinar al edil del PP, Miguel Ángel Blanco. Es tremendo, y, sin embargo, lo que de verdad te deja muy frío es que durante el capítulo se constata que hoy día es un hecho prácticamente desconocido entre la población universitaria vasca. Aquello sucedió en 1997, que en términos históricos es antes de ayer, y comprobar que no tuvieran conocimiento de ello es la evidencia que justifica que este nuevo trabajo de Jon Sistiaga trascienda del mero interés y su consumo resulte del todo necesario.
Brindemos por ello.
Artículo publicado en El Norte de Castilla el 20 de noviembre de 2019