Fueron muchas las frases brillantes del genio vallisoletano que, con el paso del tiempo se han ido convirtiendo en sentencias. De todas ellas, esta, se me quedó grabada a perpetuidad: «Cuando a la gente le faltan músculos en los brazos, le sobran en la lengua».
Cuánta razón.
El año que entra se celebra, celebramos, el aniversario del nacimiento de Miguel Delibes, un hombre excepcional: doctor en Derecho y catedrático de Historia del Comercio, periodista y director de El Norte de Castilla, novelista y miembro de la Real Academia Española hasta su fallecimiento en el año 2010. Acaparador de premios como el Nadal, el Nacional de Literatura, el Príncipe de Asturias de las Letras o el Cervantes, por citar algunos, no fueron pocos los que lamentaron que Camilo José Cela recibiera el Premio Nobel de literatura dando por hecho que ello cerraba las puertas a Delibes. Su marcado carácter castellano —arraigado en los campos de Castilla la Vieja—, más honesto que reservado, taciturno por melancólico, le empujó a elegir la palabra escrita para que su voz llegara lejos, muy lejos, atravesando incluso el macabro enrejado de la censura franquista. En su afán por distanciarse del borreguismo se dice que empezó a escribir, precisamente, para esquivar las limitaciones que el régimen de Franco aplicaba sobre los diarios de la época, estrenándose en el panorama literario español con La sombra del ciprés es alargada, considerada una de las cien mejores novelas en español del siglo XX a pesar de que su autor la calificara como: «Un intento fallido en la búsqueda de su estilo personal». De su experiencia como columnista aprendió a decir mucho en muy poco espacio, a elevar lo cotidiano a un plano de relevancia casi existencial, a fijarse en los detalles que otros se dejaban en el tintero. Dominador de estilos, Miguel Delibes supo evolucionar a golpe de riñón, como cuando tenía que recorrer cien kilómetros diarios para visitar a la que se convertiría en esposa, Ángeles de Castro, su musa.
Consecuente con la humildad impresa en su ADN, no se consideraba escritor sino alguien que simplemente escribía, un narrador de historias cimentadas en una realidad que nadie quería ver, cementadas en la mirada de un inagotable elenco de personajes que se ganaron la inmortalidad. Daniel, «el Mochuelo», en El Camino; el Nini, de Las Ratas; Menchu, de Cinco horas con Mario; Quico de El príncipe destronado o Cipriano Salcedo en El Hereje; o, mi preferido, Azarías de Los Santos inocentes, son algunos ejemplos que prueban su maestría a la hora de enajenarse de sí mismo para meterse en la piel de quienes no existían hasta que él los creó. Su innata pero trabajada facilidad para dotar de alma hombres y mujeres de todas las edades para trascender del papel e intoxicar el cerebro de los lectores con sus mundanas inmundicias.
Es su descomunal legado, inabarcable, lo que hace de Miguel Delibes un nombre digno de recordar, un hombre inolvidable que durante este 2020 que ya nos acecha vamos a tener muy presente. Su centenario es un acontecimiento de especial interés público que la fundación que lleva su nombre y gerencia Fernando Zamácola se va a encargar de homenajear como amerita su memoria. Preparémonos por tanto, paisanos, para encumbrar a este hijo predilecto de nuestra ciudad, hito de nuestras letras y adalid del vallisoletanismo, porque si existiera un universo en el que Valladolid pudiera llegar a ser capital, ese sería el suyo: el Universo Delibes.
Artículo publicado en El Norte de Castilla el 19 de noviembre de 2019.