Se nos está agotando la risa y, con ello, esas sonrisas que se dibujaban en las confinadas bocas de los españoles se van tornando con el paso de los días en muecas torcidas y atávicos comportamientos. Inmersos ya en la segunda semana de aislamiento de las cuatro —al menos— que tendremos que cumplir, los memes en los que nos mofábamos de nosotros mismos ya no nos gustan tanto, aplaudimos con menos efusividad en los balcones y las acciones altruistas a través de RRSS van perdiendo el tirón de los primeros días. También, como era de esperar, nos estamos empezando a cansar de la rutina de ejercicios físicos de salón, de las videollamadas en grupo y, sobre todo, de los millones de WhatsApp que recibimos al día. Y, en el colmo del agotamiento, se nos agotan hasta los inagotables contenidos audiovisuales de las distintas plataformas de streaming. Un drama. Como en este país se lee poco, disponemos de mucho más tiempo del que estamos habituados a disfrutar, y, consecuentemente, a muchos se les está atragantando el «buenrollismo» con el que afrontamos el estado de alarma decretado por el Gobierno.
Y no hay mejor cura contra eso que el «malrollismo».
Ha llegado la hora, por tanto, de empezar a buscar culpables. Claro que sí. Porque siempre los hay, y en una situación como la que nos está tocando vivir no puede ser una excepción. Solo tiene que revisar los últimos vídeos que ha recibido. Ya no los protagoniza una divertida pareja afrontando a su manera el arresto domiciliario, no. Ahora aparece un hombre o una mujer atacando al Ejecutivo en general y a Pedro Sánchez en particular por su nefasta gestión de la crisis. En alguno incluso se les acusa de genocidas, dando a entender que eran del todo conscientes de los efectos que iba a causar el COVID-19 y que no solo lo han consentido sino que lo han fomentado. Así, sin vaselina ni nada. No seré yo quién los defienda, cuando es más que evidente que se han cometido no uno sino varios errores que, bajo mi punto de vista, son difíciles de justificar dado que contábamos con la «ventaja» de haber asistido al devastador paso del coronavirus por China, Corea del Sur y por Italia. Llegará el momento en el que tengan que dar explicaciones de la gestión y, por supuesto, pagar políticamente por ello. Pero no es este el momento. Para nada.
Por desgracia estamos todavía bastante lejos de alcanzar ese punto en el que podamos analizar fríamente las decisiones de quienes están ahí para tomarlas. Y las que se tomaron en su día provocando el debilitamiento de nuestro sistema sanitario. Y las nuestras. Porque todos y cada uno de nosotros hemos sido responsables, lo somos y lo seremos en mayor o menor medida, tengámoslo presente. Pero eso se producirá cuando corresponda, porque ahora lo que toca es cumplir con nuestra obligaciones como ciudadanos, que no es poco. Y lo que nos queda. Porque, cuando empecemos a domesticar la maldita curva de contagios y defunciones, la vuelta a la normalidad no se va a producir de la noche a la mañana. En absoluto. Dudo de que podamos regresar al modo de vida que teníamos antes y, sin ser catastrofista, hay que empezar a asumir que ya nada será lo mismo.
Porque, ser conscientes de nuestra vulnerabilidad lo cambia todo.
Vivir en sociedad nos hace a todos responsables, cómplices necesarios tanto en los fracasos como en los éxitos. Por ello, cada vez que usted clama contra el gobierno, resta, no suma; cada vez que usted se salta el confinamiento, resta, no suma; cada vez que discute con las personas con las que comparte techo, resta, no suma.
Y, créame, en estos instantes solo se necesita a gente que sume. Para todo lo demás, papel higiénico.
Publicado el 25 de marzo de 2020 en El Norte de Castilla