Toda la pinta tenía de que iba a ser una de esas películas que no iba a dejar indiferente a nadie. En primer lugar porque Tenet está dirigida, producida y escrita por Christofer Nolan, y el británico ya ha demostrado sobradamente cuánto le gusta provocar cuando tira de esa patente de corso que con tanto merecimiento se ha ganado.
Las cifras apuntan a que será un éxito de taquilla, cuestión en absoluto baladí habida cuenta de los coronavíricos días que nos está tocando vivir, con la industria del cine sin salir de la UCI desde el mes de marzo. La crítica, sin embargo, está dividida entre los que elevan la película a categoría de obra maestra y los que la consideran un bodrio ininteligible. Entre medias, opiniones diversas pero, como decía al principio, poca indiferencia.
La idea de partida es brillante. Diría que está a la altura de Memento o de Origen, dos de las cintas firmadas por Nolan que más aplausos han recibido a nivel mundial. Podría resumirse en que el futuro pretende destruir nuestro presente invirtiendo el discurrir de la flecha del tiempo. Por entendernos: en vez de que los acontecimientos transcurran hacia delante, que pudieran hacerlo hacia atrás. Hasta aquí todo bien. El guión apunta maneras y, teniendo en cuenta las posibilidades narrativas de lo audiovisual, más. No limits. El problema, bajo mi punto de vista, es que para enganchar y retener a los espectadores dentro de una historia de ficción, es del todo necesario que exista cierta coherencia argumental y que esta se sujete en principios que estén al alcance del público. Y si no lo están, hay que acercárselos. Y es en este punto donde Nolan no hace demasiado esfuerzo en facilitarnos la tarea, auspiciando el desarrollo de la trama en una sucesión de paradojas temporales que requieren un perpetuo acto de fe. Porque, precisamente, en eso se fundamentan las paradojas, en que contienen una aparente contradicción que se opone al sentido común. A la lógica. De este modo, al publico en general le resulta francamente complejo seguir el desarrollo de los acontecimientos sin comprender por qué los acontecimientos se desarrollan de ese modo. Otra paradoja. Si a todo este cóctel añadimos otros conceptos como la entropía, los universos paralelos o el movimiento de pinza temporal, lo más probable es que salgamos del cine mareados o completamente ebrios. Tampoco ayuda la introducción de un Macguffin muy poco trabajado y que conocemos como «El Algoritmo» y que resulta ser un cacharro compuesto por nueve piezas tipo Mecano futurista, de vete tú a saber qué increíbles propiedades, pero que en definitiva tiene el poder de destruir el planeta. ¡Boom!
A tenor de lo que ha leído hasta ahora podría parecer que mi opinión sobre Tenet es negativa, pero lo paradójico es que no es así. De hecho, cuando tenga la oportunidad la veré de nuevo porque estoy convencido de que se me han escapado muchos detalles que podré atrapar en sucesivos visionados. Al margen de mi ineptitud como espectador, hay que aplaudir y reconocer a Nolan por su valentía a la hora de afrontar y liderar proyectos ambiciosos y sobre todo diferentes a lo que nos suele ofrecer la cartelera. Nolan no es un divulgador científico —esa suerte tenemos—, es un cineasta con querencia a torturar principios físicos muy complejos hasta que le confiesan lo que él pretende: hacer disfrutar al espectador.
Aunque sea con la mascarilla puesta.
Artículo publicado en El Norte de Castilla el 3 de septiembre de 2020