Hay muchas formas de contar una historia, de hecho, me arriesgaría a decir que acertar con el cómo es casi más importante que el qué. Hay escritores que tienen el don de hacer fácil lo difícil como es narrar utilizando dos voces, pero si a eso le añadimos una trama con aroma de thriller histórico envuelto en una estructura narrativa que abarca tres horizontes temporales, entonces sí, habría que tachar a ese insensato de loco o de genio.
O las dos cosas, porque, según me dijo el autor no hace mucho, no hay genialidad que sea ajena a la locura.
Pues bien, yo creo que Víctor del Árbol está empeñado en demostrar que es un genio. Y lo hace a través de su última novela, El hijo del padre, situando el listón de lo literario al alcance de muy pocos locos en nuestro país. Y fuera, porque este barcelonés de uniformado pasado —fue Mosso d’escuadra durante una década—, goza del total reconocimiento de nuestros vecinos del otro lado de los Pirineos tal y como certifican los galardones recibidos en los años 2015 y 2017: Premio a la mejor novela policiaca por Un millón de gotas y Caballero de la Orden de las Artes y las Letras. También ganó el Premio Nadal por La víspera de casi todo entre otros muchos otros reconocimientos recibidos en España. Vamos, que no se trata de un escritor novel ni mucho menos, y, no obstante, en el mundo del arte uno sabe que ha alcanzado la madurez cuando se ha enfrentado a un reto personal para el que no estaba preparado y ha sobrevivido para contarlo. En el caso que nos ocupa, para escribirlo.
El fatalismo, entendido como esa fuerza causal que impulsa el devenir de los acontecimientos, es el principio fundamental sobre el que orbita la trama de El hijo del padre. Porque, generación tras generación, los Martín parecen empeñarse en demostrar que no existe la más mínima posibilidad de escapar a la concatenación de desgracias que el destino tiene preparado para su estirpe. Diego, el protagonista en el tiempo presente, no será una excepción, y mientras avanzamos en los capítulos donde se narran los hechos tratando de averiguar los motivos que le han empujado a secuestrar, torturar y asesinar, las voces del pasado nos susurran que eso del libre albedrío no tiene cabida en determinadas vidas. De este modo, recorreremos la tortuosa existencia del abuelo Simón, un hombre atrapado en el campo de minas de la violencia —propia y ajena— y que va dejando cadáveres con cada paso que da tratando de esquivar su sombra. Conoceremos también al hijo de Alma Virtudes, víctima y verdugo a conveniencia, en su lucha por despojarse de ese gen maldito que lleva en la sangre hasta que, doblegado por lo inevitable, admita que es el único dueño de sus decisiones. Tres historias que conforman una sola desventura, una crónica de trazo autobiográfico relatada con ese estilo exquisitamente sobrio con el que el autor acostumbra a juntar palabras para noquearnos emocionalmente y hacernos besar la lona en el momento propicio. En este punto, confieso que conforme me acercaba a las últimas páginas, más difícil veía que Víctor del Árbol fuera a ganar el combate. Me equivocaba. El giro final lo deja todo en perfecto desorden y al lector descolocado por completo.
Bravo.
Y poco más se puede decir de El hijo del padre al margen de ovacionar a su autor por el arrojo al desnudarse de esta forma y, por supuesto, por seguir agitando conciencias con la palabra escrita.
Regálensela, les conviene.
Artículo publicado en El Norte de Castilla el 25 de abril de 2021.