Dies irae
Augusto viaja a Trieste
Dies irae
La acción de este thriller implacable arranca en la peculiar ciudad italiana de Trieste, frontera entre dos mundos. Augusto Ledesma elige el que fuera hogar de James Joyce como primer escenario para continuar su siniestra obra, que alimenta del aliento de sus víctimas y de la humillación de sus perseguidores. Hasta allí se trasladará el inspector Ramiro Sancho en su frenética y obsesiva persecución de un asesino en serie que parece haber acentuado su voracidad. Entretanto, al otro lado de la frontera, el psicólogo criminalista y exagente del KGB Armando Lopategui, «Carapocha», recorrerá las calles de Belgrado junto a su hija y ahora discípula con el propósito de zanjar cuentas con un pasado despiadado del que no logra despojarse. En otra vuelta de tuerca, a través de fugaces viajes en el tiempo, descubriremos cómo se fraguó la relación entre Pílades y Orestes y asistiremos a su sorprendente desenlace.
Tras el rotundo éxito de Memento mori, primera parte de la trilogía Versos, canciones y trocitos de carne, César Pérez Gellida nos conduce de nuevo por los complejos laberintos que conforman la mente criminal desde los ojos de sus protagonistas, ya sean víctimas, asesinos en serie, genocidas o quienes les persiguen. El inesperado desarrollo de los acontecimientos obligará al lector a pasar páginas en una ineludible búsqueda de respuestas.
Haciendo gala de un particular estilo cinematográfico aclamado por la crítica literaria, el autor nos envuelve en una trama adictiva, tejida a partir de un argumento sólido y pespunteado de poemas y canciones que componen una singular banda sonora del crimen.
Trilogía «Versos, canciones y trocitos de carne»: Contiene Memento mori, Dies irae, Consummatum est y los Spin off
Spin offs:
La trama se complica.
Erika Lopategui
Doctora en Psicología.
Las repetidas ausencias de sus padres han hecho que Erika haya tenido que crecer en el seno de una familia católica muy tradicional en Berlín en plena Guerra Fría. La trágica desaparición de su madre durante el conflicto de Los Balcanes no hará sino acrecentar su enfermedad y su aislamiento durante su adolescencia. Sus estudios en Psicología se convertirán en su único vínculo con la realidad, pero con el paso del tiempo se verá irremediablemente arrastrada por su padre en su ofuscada carrera por entender la mente criminal.
Erika Lopategui, que ya sorprendió en Memento mori, tendrá un papel relevante en la trama de Dies irae. Cuando su camino se vuelva a cruzar con el de Augusto Ledesma tendrá que tomar la decisión que marcará definitivamente el resto de sus días.
Goran Jercic
Experto en informática, amigo y colaborador de Carapocha.
Bosnio de padre musulmán y madre islandesa. Debe su vida y la de su familia a la valiente intervención de un extraño personaje durante la Guerra de Los Balcanes. Desde entonces, ha colaborado con Armando Lopategui exprimiendo su valía como hacker y miembro de la ISUF (Unidad de Búsqueda Internacional de Prófugos), que dirige desde Londres Robert J. Michelson «Robbie». El desarrollo de los acontecimientos lo empujarán a implicarse hasta el punto de arriesgar seriamente la vida de su mujer y sus hijos.
Carapocha siempre ha creído que Goran era el padre de la máxima: «Normalmente, lo que parece es simplemente eso: lo que parece que es». En Dies irae descubrirá que no.
Gracia Galo
Ispettora capo della Squadra Mobile della Questura di Trieste.
Triestina, de la Juventus y madre soltera. Así se define esta investigadora inteligente y perspicaz, decidida, casi obstinada, con experiencia y que cuenta con un método de trabajo que consiste en saltarse todo lo que se interponga entre ella y su meta. A Gracia Galo no le quedará más remedio que vencer sus reticencias iniciales y trabajar estrechamente con un inspector español que se ve atrapado en Trieste, como un día le sucedió a James Joyce, en su obsesiva persecución de un voraz asesino en serie.
La delgadez de esa invisible frontera que separa lo personal y lo profesional harán zozobrar sus, hasta entonces, inquebrantables convicciones y firmes creencias.
En Trieste y Belgrado
Giuseppe Padulano. Questore della Questura di Trieste. Marco Fucich. Sovrintendente della Squadra Mobile della Questura di Trieste.
Nikolay Kolyvanov, «Kolia». Copropietario de una tienda de souvenirs en San Petersburgo.
Anastasia Kuremaa, «Nastia». Copropietaria de una tienda de souvenirs en San Petersburgo.
Danilo Gaspari, «Don Daniele». Empresario esloveno afincado en Trieste relacionado con el tráfico de armas.
Drago Obucina, «Komovi». Antiguo integrante de los Tigres de Arkan, jefe del servicio de seguridad de Danilo Gaspari.
Marija Grbic. Jefa de recepción del Hotel Moskva en Belgrado.
Milos Krašic, «Buzdovan». Agente de la BIA.
Chiara Trebbi. Estudiante del doctorado de Literatura Comparada en la Universidad de Trieste.
Dottore Turone. Capo del Servizio di Polizia Scientifica della Questura di Trieste.
Adelpho della Valle. Columnista de la sección cultural de Il Piccolo de Trieste.
Señor Kapllani. Jefe de una banda criminal albanesa dedicada fundamentalmente al tráfico de armas.
Rudi Gervigan, «Vigan». Guardaespaldas del señor Kapllani.
Robert J. Michelson. Jefe de la ISUF (Unidad de Búsqueda Internacional de Prófugos) y de la OCN (Oficina Central Nacional) de la Interpol en el Reino Unido.
Magda Voosen. Turista holandesa.
Ivica Bastic. Propietario del restaurante Kafana Daco de Belgrado.
Thomas Karremans*. Teniente coronel de la UNPROFOR en 1995.
Ratko Mladic*. Jefe del Estado Mayor del ejército de la República Srpska.
*personajes reales.
Trieste
Una deuda pendiente.
Llegué a Trieste el 12 de octubre de 1997, con una beca Erasmus bajo el brazo y con menos de diez palabras de italiano en el paladar.
Pocos días antes, en un pub de Valladolid, me encontré con una compañera que, entre copas, me contó que se iba a estudiar a Trieste, y que una conocida había rechazado su plaza a última hora. Cuando cerraron, me dirigí con nocturnidad y alevosía al Negociado de la Universidad y solicité esa plaza. Luego me fui a dormir, y creo que en aquel sueño diluí aquel pasaje hasta que, jornadas después, recibí una llamada en la que una señorita me confirmó que me habían adjudicado la plaza.
–¿Qué plaza? –recuerdo que respondí.
Eso fue un miércoles y ese domingo cogía el vuelo. La cara de mis padres reflejaba una extraña mezcla de confusión y alivio. Casi no tuve tiempo de despedirme de nadie y antes de poder preguntar qué coño había hecho, estaba buscando la vía del Toro, 11 en Trieste. Quince años después, el destino haría que Augusto Ledesma se alojara en esa misma vivienda durante su estancia en Trieste.
La ciudad me envolvió en los primeros días. Puede que fuera por su maravillosa arquitectura neoclásica, por el olor del Adriático, la fuerza de bora o por la excentricidad de sus habitantes; puede. O quizá fuera por esa morena de pelo largo y rostro afilado de quién me enamoré como un idiota; esa que era de Valladolid pero no había visto en mi vida; esa que estudiaba económicas y no me hacía ni puto caso; puede. Lo cierto fue que Trieste se metió dentro de mi, como ya le pasara a Joyce, y yo no opuse resistencia alguna, todo lo contrario. Me empeñé en conocer sus rincones, en conectar con su gente, e incluso de aprender triestino gracias a le canzione di Osteria di Lorenzo Pilat. Tanto hice que hasta me hice goliardo, algo parecido a la tuna, pero sin instrumentos. Y también fui a la Universidad.
Creo que fue el mejor año de mi vida, por lo menos del año del que guardo recuerdos más intensos. Y mucha culpa de ello la tuvo Olga, esa morena de rostro afilado de quién me enamoré como un idiota; esa que era de Valladolid pero no había visto en mi vida; esa que estudiaba económicas y que, sin entender muy bien por qué, terminó besándome. Hace poco celebramos nuestro duodécimo aniversario, y nuestro hijo Hugo ha cumplido ya los siete, el tío.
Tenía una deuda con Trieste, una cuenta pendiente impagable, pero en cuanto he podido le he devuelto una parte, porque ser escenario de una de mis novelas es formar parte de mí.
Trieste mia.
Belgrado
Sucedió en Los Balcanes
Aquella fue el primer «reality war». La primera guerra que pudimos seguir en directo cómo resistían los croatas casa por casa ante el avance del ejército yugoslavo en Vokovar; el asedio de Sarajevo, los devastadores efectos de las granadas de mortero y la rutina de los muchos francotiradores que sembraron de muerte sus calles; la destrucción del puente de Mostar, otrora símbolo de unión culturas; y, como no, del indiscriminado bombardeo de Belgrado por parte de la OTAN. Nos lo contaron tipos intrépidos como Pérez-Reverte y Jon Sistiaga, entre otros muchos que allí se jugaron el pellejo. Atrincherados tras nuestros sofás fuimos testigos de cómo se mataban entre antiguos vecinos, compañeros de clase, amigos de la infancia e incluso familiares. Y todo ello sucedió hace apenas veinte años, a pocas horas de vuelo desde cualquier gran capital europea. Sucedió en Los Balcanes, ese lugar en el que se ha derramado sangre desde que el mundo es mundo, o mejor dicho, desde que los humanos nos convertimos en la especie dominante de este planeta.
Y debo reconocer que fue un conflicto que me dejó marcado.
Durante aquellos primeros años de los noventa yo estudiaba Geografía e Historia en la Universidad de Valladolid -casi gratis, por cierto- y, entre otras cosas, profundizábamos en la naturaleza de los conflictos bélicos que se habían ganado el derecho de tener un espacio en los libros.
Y debo reconocer que me encantaba esa parte de la Historia.
Desde las guerras púnicas hasta la Segunda Guerra Mundial pasando por nuestra Guerra Civil. Repitiendo la misma estructura: precedentes, desarrollo y desenlace. Devoraba todo lo que caía en mis manos sobre las grandes batallas, victorias, héroes y hazañas memorables; consumía cualquier documental de guerra que emitieran por la televisión, cuando en la televisión todavía podía verse.
Y debo reconocer que estaba enganchado a ese opiáceo que es la guerra.
Pero fue precisamente uno de aquellos documentales, o quizá fuera un reportaje, no recuerdo, lo que me hizo cambiar la forma de consumirlo. Entonces, las grandes batallas se convirtieron en grandes masacres, las victorias en derrotas, los héroes en villanos y las hazañas memorables en actos de cobardía. Sucedió en Los Balcanes. Desperté.
Lo he buscado en Internet muchas veces, y tuve la esperanza de encontrármelo durante el proceso de documentación para Dies irae, pero lamentablemente no lo he vuelto a ver. Sin embargo, lo tengo grabado en mi retina y me resulta asquerosamente sencillo relatarlo: Un anciano contaba a la cámara en un plano corto como esa misma mañana los paramilitares serbios habían entrado en su pueblo y se habían llevado a los pocos hombres que quedaban, las mujeres y los niños. Los reunieron a todos en la plaza y los colocaron en fila. El viejo apenas podía tragar saliva rememorando como aquel chetnik de barba que portaba un mazo se colocó a la espalda de sus vecinos y uno tras otro fue golpeando con sistemática precisión. Un golpe, un enemigo menos. Recuerdo perfectamente que, mientras lo contaba con voz entrecortada y temblorosa, el anciano apenas podía emular el mortal movimiento a dos manos de aquel asesino pero sí lograba imitar una y otra vez el crujido de los cráneos. El anciano pudo contarlo porque estaba enfermo y no se atrevieron a sacarlo de la cama. Les dió asco. Aquel desafortunado vio como asesinaban a su hija y a sus dos nietos desde su ventana, y al final del vídeo no dejaba de preguntarse por qué su dios le había condenado a seguir viviendo.
Como aquel atroz episodio ocurrieron otros de similar calado, lo único que cambiaba era la nacionalidad de los ejecutores y de las víctimas. Y hubo muchos; demasiados, casi todos olvidados. Pero fue ese en concreto, ese, que retengo en mi memoria, ese, que visualizo cada vez que mencionan una guerra, ese, que me hizo reaccionar. Y si desperté no fue por la atrocidad de las imágenes, sino porque aquello estaba ocurriendo en aquel preciso momento, mientras yo veía documentales. Y disfrutaba. Sucedió en Los Balcanes.
Años después me vi escribiendo una historia de ficción en la que uno de sus protagonistas llega a convertirse en un asesino en serie. Otro de ellos trata de entenderlos y los persigue, y no hablo del inspector Ramiro Sancho, hablo de ese que afirma que: «No hay peor asesino en serie que aquel que se siente legitimado por una bandera». Hablo de Armando Lopategui, «Carapocha» y de uno de los genocidas más crueles: Ratko Mladic. En Dies irae he tratado de aportar mi granito de arena contra el peor y el más falso de los antídotos: el olvido.
Sí, en el conflicto de Los Balcanes hubo muchos asesinos en serie: militares, políticos, panaderos, conductores de autobuses, maestros, bibliotecarios, escritores y deportistas. Cientos, y no es baladí, este listado es prueba de ello.
Cuando la cultura ajena se percibe como una amenaza la solución pasa por la confrontación. Quizá nos suene.
Visité Zagrev en 1997 y Belgrado en el 2012 y si algo me impresionó fue constatar que en Los Balcanes disfrutan de cada día como si fuera el último. Eso se llama adaptación al medio. Hoy vemos como el mundo árabe se desangra en la sempiterna discusión sobre el sucesor de El Profeta.
Me pregunto el motivo por el que moriremos y mataremos mañana.
¿O puede que despertemos?
Despierta. (pincha y consumir)
Los vídeos de las canciones
4. Giuseppe Verdi: Réquiem, «Dies irae».
5. Plastic Bertrand: Ça plane pour moi.
6. Quique González: La ciudad del viento.
7. Iván Ferreiro: Días azules.
8. Love of Lesbian: La niña imantada.
10. Solar Fake: More than This.
12. Depeche Mode: Black Celebration.
13. Vetusta Morla: Los días raros.
14. Johann Sebastian Bach: Partita número 2 en re menor, «Zarabanda».
15. The Waterboys: Fisherman’s Blues.
17. Bunbury: Cementerio en mis zapatos.
Recopilación de citas
«Si su primer libro fue extraordinario, el segundo, Dies irae, es desbordante y colosal». Abrir un libro
«César Pérez Gellida vuelve a hacer gala del estilo que me conquistó con Memento mori. Cuidado, depurado pero a la vez sencillo, directo y accesible al lector» Adivina quién lee
«Dies irae es el resultado del crecimiento como escritor de César Pérez Gellida» Al fondo a la derecha.
«Dies irae no es que sea buena, es que, además, me atrevo a decir que es mejor todavía que la anterior». Asteroide B612
«Ya podemos decir que existe un universo Pérez Gellida» Black Club
«La tensión fluctúa a lo largo de toda la novela pero en los momentos cruciales adquiere una virulencia bestial» Books & Go
«Una partida de caza en la que cazadores y presas intercambian permanentemente sus roles». Buho entre libros
«Ha habido momentos en los que era incapaz, literalmente, de soltar el e-book porque era imposible dejar la historia donde había quedado…» Ciao.es
«El desenlace, con unos cuantos giros narrativos inesperados, es, simplemente, soberbio». Decididamente, los cliffhangers son un arma letal en manos de Gellida». Con el alma prendida en los libros
«César elabora un cóctel con unos resultados grandiosos, en el que no sobra ni falta nada» De lector a lector
«El estilo de César, directo y muy depurado, la convierte en un thriller trepidante que prácticamente nos bebemos» El desván de las palabras
«César Pérez Gellida ha tirado por tierra el dicho popular que intenta convencernos de que segundas partes nunca fueran buenas porque “Dies Irae” no es que sea buena, es sencillamente excepcional».Entre mis libros y yo
«Me quedo con la arriesgada apuesta que supone conocer la identidad del asesino desde el primer momento y no basarse en descubrir quien es, incluso ahora darle voz, y aún así mantener en vilo al lector». Entre montones de libros
«Esta segunda parte no solo es buena, sino que supera a la primera. La lectura atrapa irremediablemente desde su inicio, es original, absorbente, impactante y adictiva» Estantes llenos de libros.
«César Pérez Gellida es un maestro de los finales trepidantes que te dejan sin aliento y que te fuerzan a desear, a anhelar, a suplicar, a rogar que se publique ya Consummatum est» Juntando más que letras.
«Su autor vuelve a sorprendernos con su estilo literario, sin tapujos, sin vergüenzas, con decisión». La historia en mis libros
Adoré y odie profundamente al autor (hasta lo insulté, ¡lo confieso!) por ese final tan sorprendente, que deja con ganas de mucho más. Lecturópata
«Aguantando en ocasiones la respiración para que algunos de los personajes no sintiesen mi presencia» Librero de libros
«El final de Dies irae es tremendo; sólo por leer este final, ya merece la pena leer el libro». Libros que hay que leer
«El autor nos situa al borde el precipicio literario, introduciendo un sin fin de giros inesperados que consiguen sorprender al lector y cerrar la trama a lo grande». Revista Krítica
Ninguna Trilogía jamas consiguió acaparar mi atención como lo hace «Versos, canciones y trocitos de carne» Libros de Txema
«Dies irae me parece casi una obra maestra, nadie diría que estamos ante un escritor novel». Un libro junto al mando de la tele.
«Dies Irae se retroalimenta conduciéndonos por una espiral de hechos que provoca mantener el careto pegado a la hoja». Josevi Blender