Están donde están porque es donde tienen que estar. La perogrullada gana enteros cuando uno se refiere a Vetusta Morla, quizá uno de los grupos españoles que más méritos suman para alcanzar algo mucho más complicado de lograr que el éxito: la consolidación.
Los había visto, que recuerde, cuatro veces antes, pero el pasado sábado, en el escenario del Conexión Valladolid, los chicos de Tres Cantos nos hicieron creer a los miles que estuvimos en el antiguo recinto de la Hípica que aquella iba a ser la última. Y lo digo porque parecía humanamente imposible que, después de tal derroche de talento y alarde audiovisual, pudieran volver a hacerlo jamás. Arrancaron Pucho y los suyos lanzando los primeros conjuros con Deséame suerte, Palmeras en La Mancha y Golpe maestro, hechizos de esa magia que tanto y tan profundo ha calado entre sus adeptos y que hizo que los presentes cayéramos en su embrujo. Superando algunos problemas de sonido, retomaron el bolo con tres temas que ya son himnos de eso que llaman música indie y que nadie sabe definir: Maldita dulzura, Cuarteles de invierno y Copenhague hicieron estallar las gargantas de los asistentes, público que, por cierto, abarcaba un amplísimo rango de edades. Había chavales de trece que se sabían mejor las letras de las canciones que sus padres cuarentones —yo tenía uno al lado que me corrigió varias veces… Ñi, ñi, ñi—, y señoras que ya no volvían a cumplir sesenta moviéndose más que sus hijas treintañeras. En ese punto llegaba La vieja escuela, y Pucho, que no había parado ni un segundo sobre las tablas, rompió a bailar cual si le hubieran enchufado al aparato que proyectaba imágenes psicodélicas en la gran pantalla que tenían a sus espaldas. Con 23 de junio alcanzábamos el ecuador del concierto, una breve tregua muy bien medida como bálsamo para la sobredosis que Vetusta Morla tenía preparada en su setlist. Mapas, Sálvese quién pueda y Valiente sonaron como nunca, como siempre, como si fueran empate en la final de la Champions y se hubieran empeñado en levantar la copa. Y cuando toda la afición nos encontrábamos celebrando el título nos regalaron Te lo digo a ti acompañado de un contundente mensaje contra la violencia de género que fue muy bien recibido. El único error de Pucho durante la velada lo cometió al cantar en Fiesta Mayor eso de: «se fueron, no hay nadie, ni el shérif ni el alcalde» dado que Óscar Puente sí estaba y, doy fe, disfrutando al máximo. Como colofón, los madrileños tenían en la recámara una última salva artillería con la que habían previsto no dejar a nadie indiferente. Consejo de sabios, El hombre del saco y, sobre todo, Los días raros conformaron un cierre perfecto para un espectáculo difícil de olvidar. Un show al alcance de muy pocos a nivel nacional por su atrevida puesta en escena, por la calidad y experiencia de los artistas pero, principalmente, por la entrega de una banda que, como adelantaba al principio, está donde tiene que estar: consolidados.
No querría terminar sin reconocer el mérito que corresponde a los organizadores del festival superando con creces las expectativas de casi todos en esta segunda edición y que, de continuar así, podría convertirse en una parada obligada en la ruta festivalera que recorre el país.
Valladolid lo merece.
Los muchos que disfrutamos con la música en directo lo merecemos.
¡Salud!
Artículo publicado en El Norte de Castilla el 26 de junio de 2019