César Pérez Gellida es uno de los autores de referencia del thriller patrio. Entrar en sus historias es un ejercicio de riesgo porque puede pasar cualquier cosa y, además, sucede. Los giros son arriesgados pero metódicos, la acción brutal y milimétricamente coreografiada. Cada golpe, físico o psíquico, hace que el libro vibre en tus manos por culpa de un terremoto interior. Son novelas que se beben solas y que al mismo tiempo te dejan pensando durante meses. Gellida es un escritor de extremos: un chupito de caramelo y vodka, una navaja con empuñadura de terciopelo. Duele y quieres más, y cuando es amigable sabes que pronto llegará lo atroz. La muletilla de “no te dejará indiferente” en su caso encaja como anillo al dedo. O, como dirían en sus libros, como una puñalada entre la pala ilíaca y la costilla flotante. Con La suerte del enano (Suma de Letras, 2020) se reafirma lo que lleva demostrando durante toda su carrera: que es un autor sólido, certero y con un punto de vista único.
—El principio de tu novela apesta, es vomitivo.
—Ese era, precisamente, el efecto que yo quería provocar en los incautos lectores. Diría que no me ha hecho falta hacer ficción de esa realidad para conseguir el efecto que buscaba. Recorrer el subsuelo de Valladolid supuso una experiencia única e irrepetible porque, en efecto, no la pienso volver a repetir. Pocos vallisoletanos imaginan el increíble submundo que tenemos bajo el asfalto de la ciudad, y cuando yo lo descubrí tenía que sacarle partido.
—Tus libros se caracterizan por lo exhaustivo de su documentación. Sueles recorrerte los peores barrios en persona para darle ese brillo a las escenas que describes. La suerte del enano tiene pasajes que son un manual para atracadores. ¿Cómo ha sido el proceso para esta obra?
—Había dos asuntos principales: desentramar el universo criminal que hay detrás del robo de obras de arte y trazar un plan perfecto para asaltar el Museo Nacional de Escultura. Ambos los resolví de la misma manera: tirando de contactos dentro del Cuerpo Nacional de Policía, a quienes debo mucho. Nacho García Llanes (subinspector y jefe del grupo de subsuelo de Valladolid) y Alfonso Lezcano (inspector y director de seguridad del Museo Nacional de Escultura) me prestaron su inestimable colaboración, ayuda que yo les he pagado haciéndoles «inmortales» como personajes de esta novela.
—Vendes “Gellidismo extremo en estado puro”, y la segunda escena transcurre en un museo de imágenes religiosas.
—¿Y qué hay más extremo que inmortalizar imágenes religiosas en madera?
—Esa escena del museo es una de las más apasionantes de la novela. Ahí dejas claro que puede pasar cualquier cosa y nadie está a salvo.
—Sí, es un efecto que suelo buscar en mis novelas. Cualquier personaje, sea o no principal, puede estar protagonizando su última escena. Eso aviva la tensión del lector y genera incertidumbre. Me encanta.
—Chuck Norris no saldría vivo de una novela de Gellida.
—No sobreviviría ni al prólogo.
—¿Por qué Sara Robles?
—Sara es un personaje que aparece de forma tangencial en la segunda trilogía sustituyendo a Sancho al frente del Grupo de Homicidios de Valladolid. Ya habitaba en mi cabeza y sabía que antes o después iba a ganarse un papel protagonista. Su momento ha llegado con La suerte del enano, y me ha demostrado con creces que puedo seguir fiándome de mi intuición. Es un personaje muy sobrio que se ha consolidado por méritos propios dentro de un mundo tan varonil como el que habita dentro de las comisarías. Sara es una fenómeno de los pies a la cabeza.
—El Espantapájaros es sin duda el gran hallazgo de la novela. ¿Cómo has logrado que un asesino deforme sin sentido del humor tenga tal magnetismo?
—Sí tiene sentido del humor, pero su entorno no lo procesa como tal. Es, sin duda, uno de los personajes más carismáticos que he creado en los últimos años. Aséptico y calculador, pero al mismo tiempo muy humano a pesar de sus deformidades. Si existiera en mi mundo me iría de copas con él de martes a lunes.
—Aunque la historia se sitúe principalmente en Valladolid, los cambios de escenario son constantes: las cloacas, un museo, la comisaría, bares de copas, pisos francos… La narración va del lujo de los campos de golf hasta las miserias de los barrios más desfavorecidos. La novela es tanto un viaje para el lector como para sus protagonistas.
—Así es. Los cambios de escenario encajan muy bien con mi estilo narrativo. Yo no soy capaz de contar una historia desde un único punto de vista y, en consecuencia, los escenarios son muy cambiantes. Me encanta arrastrar al lector a lugares que yo conozco bien. Es como si fuéramos compañeros de viaje.
—En la novela aparece la versión Gellida de “con un 6 y un 4 hago tu retrato”. ¿Cómo se te ocurrió algo así?
—Lo leí hace tiempo. Era una forma de tortura/castigo que usaban las milicias en República Centroafricana. Es terrible, muy macabro, pero es.
—Esta novela es independiente y conclusiva. No es casual, ¿verdad?
—No. Está pensada como pista de aterrizaje de muchos lectores que no se han atrevido con mis novelas por miedo a enfrentarse a tantas páginas. La suerte del enano la puede disfrutar cualquiera sin haber leído nada mío.
—El jaleo que tienes en RRSS con Juan Gómez-Jurado llama poderosamente la atención. ¿Al margen de compañeros, sois competidores?
—Más lo primero que lo segundo. Además, con Peloplata no se puede competir. Hemos coincidido muchas veces, realizado actos públicos conjuntos y mantenemos contacto frecuente. Juan es un tipo muy generoso y merece todo el éxito que está teniendo, porque sus novelas son una grandísima noticia para toda la industria editorial. Toda.
—En la nota del autor nos dejas un poco fríos.
—Sí, es cierto que en ese momento no sabía qué iba a hacer a nivel profesional, pero esa decisión ya la he tomado y tiene que ver con aporrear el teclado. Ahora estoy aprendiendo a escribir guión, y lo cierto es que estoy disfrutando mucho con ello. Veremos.
—Hablando de ver: ¿veremos algo de gellidismo en la TV?
—Es probable. Si todo va bien, a finales de 2021 o principios de 2022, pero lo audiovisual se me escapa de las manos, la verdad. Es un mundo distinto que se mueve con plazos diferentes. Hay que seguir esperando.
—¿Es imposible pronunciar «Matthew McConaughey»?
—Yo sí. He entrenado mucho.