«Valgo más por lo que callo que por lo que digo». El dicho se ajusta como anillo al dedo a la avinagrada y determinante campaña electoral que estamos viviendo quienes, movidos por el interés de saber lo que proponen los distintos partidos que concurren a las próximas elecciones generales, escuchamos los informativos de radio y televisión, leemos la prensa, o, peor aún, buceamos en lo más profundo de ese fango conformado por los dictámenes, juicios y pareceres que tapiza las RRSS. Callan los medios, callan los partidos, pero, sobre todo, callamos los votantes cuando nos preguntan por qué votamos a quienes votamos. Es harto incómodo, lo sé, y por tanto justificamos nuestras inclinaciones políticas dilapidando las que tenemos etiquetadas como contrarias, opuestas, incómodas o peligrosas. Ya lo decía Nacho Vegas en Cómo hacer crack: «Y desayunas leyendo la prensa para saber qué hay que pensar». Claro que sí. Prestamos oídos a quienes nos resultan afines para afianzar las virtudes de los que nos representan, pero, principalmente, para confirmar los defectos del resto. Ellos los saben —los medios y los partidos—, y nosotros, los votantes, también, pero nos la trae al pairo.
Nunca he asistido a un mitin político pero, quiero pensar, que los distintos candidatos no solo se dedican a señalar con el dedo a los contrarios como resaltan los highlights que emiten los telediarios, los cortes que selecciona la radio o los titulares de los periódicos. Quiero pensar que también mencionan las bondades de sus respectivos programas electorales en relación a los asuntos que más preocupan a la ciudadanía. Léase: el paro, la corrupción, el independentismo catalán, la economía, la educación, la sanidad, la igualdad o las pensiones, por citar algunas. Sin embargo, asumiendo que no parece que exista una vinculación real entre lo que dicen y lo que luego hacen en el caso de gobernar, a los interesados nos preocupa más bien poco. Haga la prueba. Pregúntese, por ejemplo, qué plantea Ciudadanos en materia educacional, el PSOE en política económica, VOX en sanidad, UP en igualdad y el PP con el fomento del empleo. ¿Y en el ámbito de la cultura? Ni está ni se la espera. Cambie ahora, si lo prefiere, las siglas y las cuestiones, y comprobará que el resultante será un esbozo que tiene más que ver con eso que entendemos que debería encajar en el ideario de un partido de izquierdas, de centro o de derechas que con la realidad. Pero, además, lo dramático y alarmante es que no son estas, ni mucho menos, las armas con las que se ganan y se pierden votos; no son, ni de lejos, los campos de batalla donde se decidirá quién ocupará el Trono de Hierro de la Moncloa.
Por eso callan. Callan los medios, callan los partidos, pero, sobre todo, callamos los votantes porque no contamos con los argumentos suficientes para defender dignamente nuestras convicciones políticas. De esta forma se explica que algunos de los que votaron a Pablo Iglesias vayan a votar ahora a Santiago Abascal, que muchos de los que en su día apoyaron al Partido Popular se hayan dejado seducir primero por Ciudadanos y convencer después por vaya usted a saber quién. Y se justifica que, a pesar de las muchas voces que critican la gestión de Pedro Sánchez al frente del gobierno, el PSOE vaya a ganar holgadamente las elecciones. Otra cosa es cómo vaya a formar gobierno si es que lo consigue.
Reconozcámoslo: somos votantes de cantina. Y a mucha honra, faltaría más, que por eso hemos decidido reabrir La Cantina del Calvo, porque sobre esta barra son bienvenidos sus comentarios y observaciones, sugerencias y opiniones. Ahora bien, fiar no fiamos a nadie.
Dígame, ¿qué le sirvo?
Publicado en El Norte de Castilla el 24 de mayo de 2019