Es curioso comprobar lo frecuente que resulta que celebremos festividades como la de hoy desconociendo el origen de la misma. El Día Internacional de los Trabajadores tiene, agárrense, su origen en los EEUU a pesar de que allí celebren su Labor Day el primer lunes de septiembre. Por diferenciarse del resto, supongo.
Al lío.
A finales del siglo XIX, la Revolución Industrial había obligado al mundo a bailar al son que marcaba un modelo primigenio de capitalismo que, desbocado, explicaba el notable incremento de la producción explotando a la masa obrera. El asociacionismo no estaba muy bien visto por aquel entonces, y tampoco podría decirse que hubiera demasiado coordinación entre los distintos movimientos que luchaban por mejorar las condiciones laborables, más enfrentados por lograr más adeptos para su causa que por avanzar en pos de un objetivo común. Con este agitado caldo de cultivo y en la industrializada ciudad de Chicago, la fecha del 1 de mayo de 1886 se había marcado en rojo en el calendario para realizar una huelga con el objeto de reivindicar la reducción de la jornada laboral de las doce, catorce y hasta dieciséis horas habituales, a ocho. Así, cientos de miles de obreros decidieron acudir a la huelga convocada por la Noble Orden de los Caballeros del Trabajo, de corte anarquista, y la Federación Estadounidense del Trabajo, esta más vinculada con el socialismo. El día 2 acudieron en masa a respaldar a sus compañeros de la fábrica de maquinaria agrícola McCormick, en huelga desde hacía varias semanas y que sujetaba su actividad gracias a los muchos trabajadores esquiroles que necesitaban de un jornal para sobrevivir. Los enfrentamientos no tardaron en producirse, y la posterior intervención policial dejó un saldo de seis muertos y decenas de heridos por arma de fuego. Lejos de amedrentarse, la jornada siguiente amaneció con la plaza de Haymarket repleta de obreros dispuestos a continuar adelante con las protestas a pesar de que los principales periódicos de la ciudad, contrarios a la agitación de las masas, se habían encargado de calentar a las autoridades para que lo reprimieran con la proporcionalidad necesaria. La explosión de un artefacto explosivo provocó la muerte de un oficial de policía, hecho que originó la nada proporcionada respuesta de los ciento ochenta agentes allí presentes, que abrieron fuego contra los presentes causando decenas de muertos y heridos. Durante los días sucesivos se practicaron cientos de detenciones en las que se dio rienda suelta a la brutalidad de los interrogadores en su empeño de sacar a golpes los nombres de los líderes sindicales. Finalmente fueron treinta y uno los imputados, de los cuales, cinco fueron condenados a morir en la horca, dos a cadena perpetua y uno a quince años de trabajos forzados. Como dato relevante habría que subrayar que de los ocho, cinco eran alemanes y uno inglés. José Martí, el que se convertiría en uno de los protagonistas de la revolución cubana, dejaba constancia de las últimas y premonitorias palabras de uno de ellos: «La voz que vais a sofocar será más poderosa en el futuro que cuantas palabras pudiera yo decir ahora». No tardarían demasiado en cumplirse la predicción de Spies, dado que a finales de ese mes varias asociaciones de patronales de peso aceptaron establecer la jornada de ocho horas, pactos que terminarían convirtiéndose en un derecho básico para los trabajadores. Años más tarde, durante la celebración de uno de los congresos de a Segunda Internacional, se estableció fijar el primero de mayo como fecha internacional para honrar la memoria de los mártires que perdieron la vida en Haymarket y la de quienes fueron condenados tras la lucha obrera.
Es un hecho indubitable: a lo largo de la Historia, los grandes cambios se han producido a costa del sudor, la sangre y las lágrimas de muchos. Me pregunto yo qué habrá de suceder para que se logre la definitiva igualdad entre hombres y mujeres dentro del ámbito laboral.
Quizá me hagan falta un par de vinos para verlo algo más claro.
Publicado en El Norte de Castilla el 1 de mayo de 2019.