Una buena noticia y otra mala. Empecemos por esta última: Borja Fernández se retira. Lo anunció públicamente el viernes pasado en una rueda de prensa multitudinaria en la que estuvo acompañado por familiares y amigos cercanos, amén de toda la primera plantilla del Real Valladolid, su club. Cuando llegó a Pucela le llamaban «Rubia», hoy le llaman «Abuelo», obsérvese la mejora. Las lágrimas del orensano arrastraban muchos recuerdos, tantos que solo una memoria privilegiada como es la suya —y esto lo digo con conocimiento de causa— sería capaz de retener. Han transcurrido unos cuantos otoños desde que debutó como profesional en el año 2001. Ocho equipos, quinientos cincuenta y ocho partidos son miles de minutos compitiendo, miles de minutos que se convierten en millones de emociones que, por fuerza, tenían que licuarse a través de los lacrimales. Cuelga las botas uno de los cincuenta jugadores más longevos de la historia de primera división; uno de los que dejan huella perenne a su paso por su carisma y liderazgo dentro y fuera del campo; uno que ya es eterno.
Una leyenda.
Y Valladolid, exprimiendo aquello de regentar la capitalidad del universo, tuvo la enorme fortuna de ser la ciudad encargada de despedirlo como se merecía. El sábado 18 de mayo de 2019, Borja salía del túnel de vestuarios por última vez con el ocho a la espalda y luciendo el brazalete de capitán. Grada a reventar en el último partido de una temporada en la que se ha sufrido mucho para salvar la categoría. Enfrente, un Valencia necesitado de victoria para consolidar su plaza de Champions. Y quizá fuera por esto, por pura necesidad, que el equipo che acabó llevándose la victoria. Sin embargo, no parecía que el resultado fuera a empañar lo que habría de suceder cuando Borja fue sustituido a pocos minutos para llegar al final del choque. Zorrilla en pie. Una larguísima y cerrada ovación lo acompañó mientras se despedía de compañeros y rivales, y, tras arrodillarse para besar el césped, certificó su adiós a los terrenos de juego, precisamente, en el que más ha pisado el mediocentro gallego a lo largo de su dilatada carrera. Luego llegó el cumplido reconocimiento del club, camiseta conmemorativa y vídeo homenaje. Y fue justo en este instante donde me vino a la cabeza que Luciano Ligabue —cantautor italiano de renombre en su país— publicó una canción cuya letra bien podría estar dedicada a Borja Fernández. Una vita da mediano.
Dice así:
«Una vida de centrocampista, a recuperar balones, nacido sin pies buenos, a trabajar con sus pulmones. Una vida de centrocampista, con las órdenes precisas, cubrir ciertas zonas y jugar generoso.
Siempre ahí. Ahí en el medio. Hasta que puedas estás ahí.
Una vida de centrocampista. De los que siempre marcan poco, que el balón hay que dárselo a los que finalizan el juego. Una vida de centrocampista, que la naturaleza no te ha dado ni el desborde del delantero ni del diez, qué pena.
Ahí. Siempre ahí. Ahí en el medio. Hasta que puedas estás ahí (bis).
Una vida de centrocampista. De uno que se quema pronto porque cuando has dado demasiado tienes que irte y dejar sitio. Una vida de centrocampista trabajando como Oriali, años de trabajo duro y palizas por si acaso ganas un mundial.
Ahí. Siempre ahí. Ahí en el medio. Hasta que puedas estás ahí (bis)».
Suena mucho mejor en el idioma original, cierto, pero hay que reconocer que, excepto cuando Ligabue dice que se quema pronto, el resto lo clava. A Borja le va a costar cambiar de vida —Una vita da mediano—, casi tanto como a los aficionados el asumir que no volverá a vestir la camiseta blanquivioleta.
Se me acaba el espacio y…, ¿qué hay de la buena noticia? Ahí va: Borja seguirá ligado al club. Aún no sabemos qué cargo ocupará y cuáles serán sus responsabilidades, pero…, ¿qué más da?
Borja siempre estará ahí.
Ahí en el medio.
#FelizVida
*Artículo publicado en El Norte de Castilla el 22 de mayo de 2019.