En el ámbito de la cultura, la libertad de expresar nuestra opinión sin cortapisas es el pilar en el que se asienta la creatividad, o, dicho de otra manera, la creatividad no tendría cabida si se coartaran las distintas formas de expresión que el ser humano es capaz de desarrollar. Asumida esta premisa y haciendo uso de ella, este cantinero se siente en la necesidad de expresarse libremente en relación a los hechos acontecidos tras la detención y encarcelamiento de Pablo Hasél, opinión que, como opinión que es, bien podría no tomarse en consideración.
Como punto de partida he de reconocer que jamás había escuchado nombrar a Pablo Hasél antes de que se convirtiera en el estandarte de los que creen —algunos lo creen de verdad— luchar por la libertad de expresión. Y eso que me trabajo a otros grupos y artistas del género como SFDK, Nach, Mala Rodríguez, Blake, Rayden, y mucho antes que ellos a otros de la talla de Violadores del verso, Calle 13, Residente —a quien idolatro—, e incluso otros de bárbaras costumbres como la de expresarse en su lengua como Eminem, Snoop Dogg o 50 Cent. Siempre me ha atraído el rap por el uso que hacen de la palabra, pero no es mi propósito hacer una comparación artística entre los citados y Hasél, sino establecer los límites de eso que supuestamente ha sido violentado por el Tribunal Supremo al condenar al rapero catalán. En la sentencia —corroborada después por el Constitucional—, se establece que la pena de prisión responde a un delito de enaltecimiento del terrorismo y que, además, no corresponde una reducción de la pena dado que Hasél cuenta con antecedentes penales. En el fallo se fija una multa por injurias a la Corona, cuantía que no ha pagado ni piensa pagar, pero que en ningún caso es el motivo por el que está en la cárcel.
Hasta aquí los hechos ya conocidos; faltarían, como es habitual, los pendientes de conocer. Pero, sobre todo, permanece flotando en el aire la pregunta que muchos nos hacemos: ¿por qué ha degenerado el encarcelamiento de un rapero una movilización social de corte violento? Los medios argumentan que los causantes de los disturbios son grupos antisistema que, con la excusa de defender la libertad de expresión salen a la calle a destrozar el mobiliario urbano, a enfrentarse a la policía, a saquear negocios y quemar contenedores. Eso es lo que vemos, sí, y no seré yo quien justifique el vandalismo en ninguna de sus formas. Sin embargo, habría que profundizar en las razones que empujan a cientos de jóvenes —muchos de ellos menores— a disfrazarse de revolucionario antifascista arriesgándose a ser detenido o, peor aún, a terminar en el hospital.
¿Son jóvenes antisistema? Puede. ¿Y podría ser también que el sistema les haya dado la espalda a los jóvenes? Podría. ¿Importa? No parece. Porque lo que importa realmente es sacar rédito político de ello. Afilarse las uñas con las desgracias ajenas para arañar la cara del otro. ¡Que hay mucho en juego, señores! Muchos aterciopelados sillones, muchos cargos pendientes de adjudicar, muchas vergüenzas que tapar. Mucho, muchísimo que ganar, y ni putas ganas de actuar.
Y si en eso se ha convertido nuestro sistema, yo, haciendo uso de mi derecho a expresarme libremente, me considero antisistema.
Ahora bien, a cara descubierta.
Publicado en El Norte de Castilla el 1 de marzo de 2021