Como punto de partida diré que hacía tiempo que no me sorprendía tanto una historia como esta que firma y filma Luis Quílez en su doble faceta de guionista y director de Bajocero. Es verdad que las expectativas no eran demasiado altas —a pesar de tener en el cartel el careto de uno de los actores españoles más potentes y con más amplitud de registro como es Javier Gutierrez—, principalmente porque había escuchado que, por pandémicas circunstancias, la cinta no se había estrenado en salas. Error.
Confío en que no tengamos que acostumbrarnos a esto de ver estrenos desde el salón de casa.
Blake Snyder —a quien en su día se le consideró un gurú en el arte de escribir guiones—, aseguraba que solo hay diez tipos de historias y siguiendo su doctrina, la que hoy nos ocupa en esta cantina encajaría en esa que él denomina: «Un tipo con un problema», categoría en la que estarían otros metrajes tan aparentemente dispares como son La jungla de cristal, La lista de Schindler o Titanic. La premisa fundamental que tiene que cumplirse es que el protagonista sea un tipo corriente que se debe enfrentar a circunstancias excepcionales para terminar convirtiéndose en un héroe forzoso. Encaja a la perfección, sí, pero lo que le hace excepcional a Bajocero —como casi todo en la vida— son los detalles. Uno de estos, por ejemplo, es la construcción del protagonista, Martín, interpretado magistralmente por el ya mencionado Javier Gutierrez. Es un poli corriente, quizá demasiado, cuya evolución es el eje principal sobre la que se construye toda la trama. Los puristas dirían que el arco del personaje no está del todo cerrado —no hay aprendizaje en el camino del héroe—, pero, créanme, ni falta que le hace.
Si me tocara el marrón de que tener que hacer el pitch de esta película, es decir, venderla en una sola frase, diría lo siguiente: Un policía se ve encerrado en un furgón junto a varios presos mientras fuera, bajo condiciones atmosféricas adversas, un peligroso desconocido acecha. Menos mal Quílez debió hacerlo mucho mejor que yo, porque de otra forma nunca se hubiera rodado. A los diez minutos ya se percibe que la película promete, como prometen tantas y tantas que se van deshinchando hasta languidecer, momento en el que la pantalla del móvil aprovecha para volver a ganar la batalla a la de la televisión. El director consigue mantener nuestra atención luciéndose en las secuencias de acción, que son muchas y muy bien construidas, al tiempo que nos plantea un juego de incógnitas de esos en los que apetece participar. Superado el primer tercio del metraje, aparece en pantalla la némesis del héroe: Karra Elejalde, y la narrativa cobra una dimensión distinta. Bombazo. Bravo por el director o directora de casting. Desde ese punto en adelante, el suspense como ingrediente fundamental de la trama pierde en intensidad, espacio que llena (no rellena) con la resolución de las incógnitas que revoloteaban en la cabeza del espectador.
A tiros, como debe ser.
Del desenlace no diré nada, pero me parece que, sin sorprender, está muy bien resuelto. En definitiva, Bajocero funciona porque todos los cables están bien conectados y las detonaciones emocionales se producen cuando se tienen que producir y eso, que tan sencillo parece, es como acertar con la sal en un guiso: cuestión de tacto.
Artículo publicado en El Norte de Castilla el 12 de febrero de 2021