Qué cosas. Uno echa la vista atrás y se da cuenta de cómo nos ha cambiado la vida. Esa vida que llevábamos cuando éramos felices. Cuando podíamos abrazarnos como si tal cosa —besarnos, incluso—, cuando saltábamos en masa en los conciertos, gritábamos los goles de nuestro equipo y podíamos sentarnos junto a cualquier desconocido en un cine o en un teatro. O, haga memoria, cuando entrábamos en los bares y restaurantes como si tal cosa, y —lloro al recordarlo— podías salir de madrugada. Cuando, en definitiva, las emociones no estaban en cuarentena y se nos consentía compartirlas con el prójimo.
Qué cosas.
El 2020 quedará para la historia —por lo menos para la historia de mi generación— como el año más triste de nuestras vidas, el año en el que un virus cualquiera pintó nuestra cotidianidad con la paleta de grises oscuros; el año en el que el miedo tomó forma de número y se agigantaba en cifras de contagiados, hospitalizados y fallecidos; el año en el que pasamos de la incredulidad a la indignación, de la indignación a la mansedumbre y de la mansedumbre a la miseria espiritual y material; el año de las verdades a medias y las mentiras completas. Un año de mierda se mire por donde se mire, se coja por donde se coja. Un año que, por fin, dejamos atrás de una patada en sus afilados dientes, en su corazón inexistente. Adiós, maldito 2020.
Qué cosas.
Es difícil quedarse con algo positivo del 2020, puede que a nivel individual haya sonreído a algunos, ojalá a muchos, pero, si hemos de quedarnos con algo la certeza de que estamos en manos de dirigentes incapaces que dicen y se desdicen mucho más que lo que dirigen. No les vamos a dar las gracias por ello, solo faltaba, pero, si hemos de consolarnos con algo, el hecho de haber confirmado que no meremos la clase política que nos desgobierna, tampoco es poco. Rojos, azules, morados, naranjas, verdes y amarillos, un sainete irisado de continuos despropósitos con una bochornosa puesta en escena protagonizada por actores desfasados, actrices con ínfulas maquiavélicas, intérpretes todos noqueados por el miedo escénico, protagonistas en este vodevil exento de hilaridad al que hemos tenido la mala fortuna de asistir. Que no les salga gratis es nuestra responsabilidad como público que somos y que pagó la entrada del espectáculo el día que acudió a votar las urnas.
Qué cosas.
No pinta mucho mejor el 2021, sobre todo en su primer tercio, en el que a buen seguro los restos del naufragio —náufragos incluidos— serán arrastrados por las corrientes «vacuniles» a alguna playa desierta donde se secarán bajo el sol del olvido. Y quizá sea lo mejor. Porque en eso de olvidar, los humanos somos unos auténticos fenómenos. Profesionales de vivir el presente y dilapidar el pasado para poder disfrutar del futuro que creemos merecer. Entonces sí, llegará el verano y eso de la pandemia empezará a percibirse como un viejo recuerdo, reminiscencias de una vida anterior que nos tocó superar. Y superamos.
Qué cosas.
Y yo brindo por ello, por superar esas cosas, y por las otras cosas que vendrán disfrazadas de las emociones que tenemos pendientes de disfrutar. Cosas, al fin y al cabo, impropias e incompatibles con el confinamiento mental al que nos han sometido.
¡Feliz adiós 2020!
Artículo publicado en El Norte de Castilla el 31 de diciembre de 2020