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Todo lo mejor
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Para iniciarse en el género Gellida
Todo lo mejor
Viktor Lavrov es un joven talento perteneciente al KGB destinado en Berlín durante el periodo más crudo de la Guerra Fría. Pronto recibirá un delicado encargo que pondrá a prueba sus conocimientos en psicología criminalista y sus virtudes como agente de inteligencia. El caprichoso destino hará que su camino se cruce con el del inspector jefe de la Kriminalpolizei, Otto Bauer, empecinado en resolver las terribles muertes de cinco menores que parecen estar relacionadas entre sí, unos asesinatos que se niegan a reconocer desde las más altas instancias de la RDA.
Viktor Lavrov es un agente de la KGB destinado en el Berlín Oriental de 1980 que ejerce oficialmente las labores de enlace entre la Unión Soviética y la RDA, y en secreto las consecuentes tareas de espionaje propias de los servicios de inteligencia de la época.
A la salida de una reunión con el ministro para la Seguridad del Estado de Alemania del Este —la temida Stasi—, conoce accidentalmente a Otto Bauer, un inspector jefe de la Kriminalpolizei ob- sesionado por resolver las terribles muertes de cinco menores desconocidos cuyos cuerpos nadie reclama. Además de la dificultad policial del caso, niños asesinados con un brutal patrón de heridas que parece haberlos desangrado lentamente, Bauer tropieza una y otra vez con la negativa burocrática del régimen a reconocer los crímenes. «En la RDA no tenemos asesinos en serie» es la respuesta que suelen darle desde el ministerio. Movido por su formación como psicólogo criminalista, y por su innata tenden- cia a meterse en líos, Viktor Lavrov ofrece su ayuda a Otto Bauer, quien, desalentado ante la falta de avance, la acepta.
De forma paralela, Lavrov intenta reconstruir una pasada relación con Erika Eisenberg, a quien había conocido por ser la responsable de seguridad de los deportistas alemanes del Este en los anteriores juegos olímpicos de Moscú. Su apasionada relación influirá en la trama de diversas formas, facilitando en unas ocasiones y entorpeciendo en otras tanto la investigación policial como la misión de espionaje del agente ruso. En el transcurso de esta última, Alemania Federal, Alemania Democrática y Unión Soviética juegan una intensa partida de ajedrez por arrebatarse piezas en forma de agentes dobles en la que nada ni nadie es lo que parece.
Mientras tanto, tirando del hilo de las extrañas heridas que presentan los cadáveres, Lavrov y Bauer dan con la pista de las llamadas Veladas Rojas, en las que un grupo de aficionados a la sangre y al vampirismo en sus diversas formas se encontraban para dar rienda suelta a sus perversiones. Tanto este indicio como la intuición de que tal vez los niños sean desconocidos por proceder de la otra parte del Muro —y que no hayan sido reclamados debido a la falta de comunicación entre ambas Alemanias— hacen que los investigadores vayan encontrando el rastro que poco a poco les conducirá al responsable de las muertes.
El presentimiento de que el causante de las mismas ha de ser alguien con capacidad para atravesar de un lado a otro del Telón de Acero pondrá a Lavrov y Bauer en la delicada tesitura de tener que investigar a los altos cargos del partido, únicas personas con permiso para ha- cerlo, lo que se inmiscuirá en la labor de espionaje del ruso. La supervivencia de uno de los niños torturados, que ha logrado escapar de milagro y casualmente cruzar al Berlín Occi- dental, así como la ayuda de Max Pekeler, comisario en la Alemania Federal y amigo de la infancia de Otto Bauer, serán clave para estrechar aún más el cerco sobre el comprometido sospechoso.
Un frenético final, lleno de tensión, persecuciones y giros de la trama, dejará al lector sin aliento antes de que Lavrov y Bauer den con el responsable de las muertes y la trama de es- pionaje haga que el agente del KGB deba enfrentarse a una de sus primeras lecciones de estrategia.
Mar Molina
Comunicación Suma de Letras. Penguin Random House Grupo Editorial
Algunos extractos de la obra
«Enclavada en el corazón de la vieja Europa e inmersa en ese marco belicista silencioso de principios de los años ochenta, existía una ciudad partida en dos que había sido elegida como escenario principal del conflicto y, al mismo tiempo —antojadizo infortunio—, como el único camerino a compartir por los dos actores principales. Berlín representaba a la perfección las dos caras de esa moneda que, harto veleidosa, había caído de canto en forma de muro».
«Prefería la sangre arterial, oxigenada y pura, rica en glucosa y nutrientes, pero primaba la supervivencia de su huésped sobre sus gustos hematofílicos. Por ello se había decantado por la vena basílica del antebrazo como fuente de irrigación. Acababa de practicar la incisión, limpia y precisa, para que manara el plasma a un ritmo constante, contenido pero suficiente, con el propósito de satisfacer sus necesidades sin tener que asumir demasiados riesgos».
«Su escritorio era un mar de papeles sobre el que flotaba, varada a contracorriente, la mirada de Otto Bauer, inspector jefe de la Kriminalpolizei. Los restos de aquel naufragio lo componían principalmente fotografías de cadáveres, informes forenses y reportes de la policía científica. Trataba de establecer un patrón que le ayudara a relacio- nar los cinco casos de homicidios sin resolver y conectarlo con las recientes desapariciones de menores».
«¿Cómo es posible que nadie haya reclamado sus cuerpos? ¡Son niños! ¿Es que nunca tuvieron padres? ¿Nadie los quiso alguna vez? ¡¿Cómo es posible?! ¿Nadie va a llorar por ellos? Tengo que averiguar qué les pasó, cuál es su historia, quién decidió arrebatarles la vida… Tengo que…, tengo que devolverles su identidad».
«Exprimiendo las pocas reservas de combustible que le quedaban, corrió hacia la orilla sin mirar atrás. Niclas gimoteaba exasperado, apretando los dientes cuando no tenía que abrir la boca para llenar los pulmones y recorrer los escasos cinco metros que le restaban para llegar. Exangüe, introdujo los pies en el río y al notar el frío se dejó invadir por la emoción de una nueva y gloriosa victoria. La luz que reflejaba la luna en cuarto creciente coloreaba en plata el discurrir arremolinado del agua, briosa y agitada en su parte central».
«¿Por qué querría el KGB quitarnos una pieza que, a priori, no es caza mayor? Un simple controlador local no maneja información que pueda resultar interesante para Moscú. Pero cuando, para sorpresa de todos, ha vuelto a aparecer esta mañana lo he visto claro. Nos lo volvéis a poner en nuestro cesto con el fin de que gane en credibilidad para que, llegado el momento, la información que nos proporcione no se ponga en tela de juicio. Información delicada, por supuesto; información comprometedora, por supuesto. Si no, ¿para qué tanto esfuerzo? Ahora bien, ¿contra quién? Esa es la única duda que me queda por despejar».
«Otto Bauer caminaba con las manos en los bolsillos del abrigo, cariacontecido y con la prisa que uno tiene cuando no existe interés alguno por llegar. Ajeno al frío nocturno, iba renegando de su suerte, de lo esquiva que era, de lo mal que le trataba esa perra sarnosa llamada fortuna. Y no le faltaba razón. Porque hay que tener poca ventura para que se solapen dos hechos insólitos como una reconciliación amorosa y una infiltración clandestina que, de salir mal, podría costarle su trabajo en el mejor de los casos».
«Su instinto le dijo que se dejara llevar por aquel vendaval que le estaba arrancando la ropa en el pasillo y que amenazaba con convertirse en un huracán en cuanto tocara tierra en la habitación. Sin mediar una sola palabra, le hizo tumbarse en la cama mientras ella se metía la mano por debajo de la falda para quitarse la única prenda que parecía estorbarla».
«Durante la refriega la niña debía de haberse golpeado el pómulo contra alguna piedra y un hilo carmesí que manaba a través de una brecha de un par de centímetros se deslizaba con extrema lentitud por su mejilla. Obnubilado, resolvió disfrutar de aquel espectáculo visual antes de impregnar sus dedos temblorosos —ahora por el frenesí que le producía el contacto con el fluido— y acercárselos a las fosas nasales para aspirar su vitalidad. La reacción fue inmediata y, a pesar de ser consciente de que no era en absoluto sensato, se desabrochó el cinturón y se bajó la bragueta. Seres humanos y bestias son uno solo cuando el instinto lo es todo».
«En el amor y en la guerra nunca hay victorias ni derrotas definitivas, solo batallas ganadas o perdidas».
«En efecto, el hombre de edad avanzada que tenía delante pedía a gritos unos cuantos lustros de descanso: alargadas y ennegrecidas ojeras; profundas arrugas que surcaban una piel cenicienta; cabello cano y arracimado en algunos sectores, apelmazado en otros, ausente en los demás. Lo único que no casaba con su desidioso aspecto era la barba, perfectamente recortada, atildada, como si el tercio inferior de su cara perteneciera al zar Nicolás II y los otros dos a Rasputín».
«La vida es cruel, incluso cuando se disfraza de benevolencia y nos consiente cumplir nuestros sueños».
«Martin Köller tomó aire y se conjuró para no caer en el oscuro pozo de los recuerdos, aquel lugar de su mente donde había arrojado una etapa de su pasado reciente que ya no regresaría jamás. Una época dorada donde la incertidumbre y la ansiedad, pérfidas aliadas del presente, no eran más que leves contratiempos, adversidades perentorias que ella solía resolver con eficacia o, en el peor de los casos, esquivar».
«Otto levantó la mirada evidenciando que el odio y el miedo son dos hermanos gemelos que, sin ser del todo idénticos, cuesta horrores distinguir».
«¿Quiere saber cómo hemos llegado hasta usted? Siguiendo el rastro de los cadáveres de niños que ha ido dejando a lo largo de su condenada existencia. Lleva secuestrando menores desde hace más dos décadas para chuparles la sangre hasta que terminan muriendo o decide matarlos. Es un jodido enfermo mental, una abominación, un maldito monstruo que está muy cerca de encontrar su merecido».
«A esas alturas, Viktor Lavrov no sabía con certeza si el paracaídas iba a abrirse o no y, en caso afirmativo, si caería en campo abierto o en un campo de minas. No había opción buena, porque cuando te lanzan tras las líneas enemigas solo existen alternativas menos malas que otras».
«No obstante, conforme se fue alejando del hospital y acercando a Normannenstrasse, el ruso fue ahuyentando los procesos racionales para dejar espacio a otros de corte más lúbrico. Espoleado por las ganas de cabalgar a rienda suelta por los blancos prados que se extendían a lo largo y ancho de la cama de Erika, aceleró el paso como si así pudiera recortar lo que quedaba de jornada». «Todo lo peor es lo mejor cuando a uno deja de importarle de qué lado está».
Mar Molina
Comunicación Suma de Letras. Penguin Random House Grupo Editorial